Página/12, 20 - junio - 2006

Interfaces, un recorrido de ideas muy buenas entre el ruido blanco

Por Beatriz Vignoli

Hasta el 25 de junio en las galerías del Centro Cultural Parque
de España, se podrán ver las obras de exponentes del arte
contemporáneo argentino que plantean sus "diálogos visuales".

Por Beatriz Vignoli

Los ojos del espectador agradecen la penumbra: hasta el domingo 25 de junio las galerías del Centro Cultural Parque de España (Sarmiento y el río) están iluminadas con una luz puntual que se concentra sobre las obras. Estas, ni bien entrar, se conjugan en torno a un mensaje que, con o sin ironía, busca retirar al arte de su rol de mercancía.

La primera obra a la vista es sin embargo una estantería, similar a las de las casas de ventas de discos, donde se alinean, idénticos, una serie de kits de tres elementos: un CD, una campera de cuero en miniatura y un pote de pomada de llantén. El kit se ofrece por veinte pesos; los textos que lo acompañan pregonan la oferta, parodiando un marketing vulgar. Otros textos (un poco más lejos, en la pantalla de una computadora puesta sobre un pedestal) explican el sentido de la obra basándose en "Deleuze/Guatarí" (sic). En realidad se trata del borrador de un escrito crítico, firmado por Roberto García, tal como se encuentra en el email que lo contenía originalmente. La obra en cuestión tampoco existe como cosa terminada, o existe sólo en tanto proceso de construcción. Lo de construcción, aquí, es literal: Víctor Gómez ha decidido hacerse su casa, o, mejor dicho, crear una obra de arte que le sea habitable, y financiarla mediante el sistema "Gómez delivery". El espectador puede anotar el número de teléfono del artista y, simplemente, llamar. En el catálogo de la muestra, el autor promete llegarse de inmediato con un catálogo de sus fotografías a precio de ganga. La idea forma parte de toda una constelación de propuestas artísticas locales que, antes y después de Gómez, coinciden en afrontar la supuesta ausencia de un mercado a través del recurso de reducción a la baratija, y/o creándolo a domicilio y a la carta. Lo particular de esta obra es que no sólo pone irónicamente al arte en el lugar de la mercancía más barata (cuando en realidad es la más cara) sino que lo hace con un propósito que lo acerca a su originaria función de culto: el gesto de Gómez remite a la colecta de limosna para la construcción del templo. Siguiendo la analogía, el artista sería un pequeño Dios.

Esta relación entre el arte y el habitar reaparece dentro de la misma sala en "Not for Sale" ("No para la venta") de Inés Martino y "Compartiendo capital" de Fabricio Caiazza.

Ambos provienen del colectivo Planeta X, que existe en Rosario desde hace 10 años. Ambos ponen lógicas visuales procedentes del campo del diseño al servicio de prácticas de intercambio de bienes, experiencias y servicios que buscan romper con la lógica de lo comercial. Realizados en materiales deliberadamente bastos y efímeros, los cuadros de Martino imitan emblemas reconocibles tales como las señales de tránsito usadas en publicidad de jeans o la tapa de No logo de Naomi Klein, mientras que los "carteles" de Caiazza reiteran con variaciones una mesa antropomorfa. Ese logo es símbolo de un sitio web creado por ambos: www.compartiendocapital.org.ar La filosofía de open source o código abierto invocada en el catálogo se pone en práctica en el sitio, donde se socializan tecnologías y conocimiento tales como recetas, fórmulas, modelos y diseños para tipografía, serigrafía, stencils, estampación, bebidas caseras y ¡hasta trompos! Inés Martino, además, presenta en la muestra un álbum digital interactivo de momentos no Kodak que registran su vida cotidiana en el entorno desterritorializado de Planeta X. A esto lo confronta con una fotografía de alumnas de séptimo grado del Colegio Misericordia, uniformadas y posando de idéntico modo a tantos otros séptimos grados del mismo colegio tomados por el mismo fotógrafo.

Vale la pena seguir los enlaces del sitio. "La ciudad y sus imaginarios constituyen un espacio estético donde trabajar mediante acciones cotidianas simbólicas que abran nuevas brechas de reflexión", declara el colectivo Cat Eaters, linkeado a su vez por "Pinche Empalme justo", reivindicador de un concepto lumpen del acceso a la TV por cable. Un discurso similar se presenta desde lo institucional, que viene avalado desde los niveles nacional y oficial. De hecho esta muestra, que es itinerante e incluye a siete artistas rosarinos y cuatro marplatenses, forma parte del proyecto de arte contemporáneo argentino Interfaces. Diálogos visuales entre regiones, cuyo objetivo es potenciar el cruce de experiencias artísticas locales. Interfaces fue organizado por la Dirección de Artes Visuales de la Secretaría de Cultura de la Nación con el apoyo del Fondo Nacional de las Artes, y lo firman Andrés Duprat (Director de Artes Visuales de la Secretaría de Cultura de la Nación) y Tulio de Sagástizábal (Director del Fondo Nacional de las Artes). Para esta muestra, que representa el eje Mar del Plata-Rosario, ellos convocaron como curadores, invitándolos a un diálogo sostenido entre ambos, a dos artistas plásticos también activos como operadores culturales: el marplatense Daniel Besoytaorube y el rosarino Mauro Machado. En el verano, esta muestra estuvo en el Teatro Auditórium de Mar del Plata; en otoño, en el Fondo Nacional de las Artes en Buenos Aires, y el 8 de junio llegó al Parque España.

El criterio de selección -se avisa en el catálogo- es un recorte subjetivo. Hay un concepto fuerte: una noción filosófica del arte, basada en el análisis que hace Arthur Danto de la caja de jabón Brillo de Andy Warhol. La caja y la obra son idénticas, pero la segunda existe "en una atmósfera de interpretación", como dice Danto en "Artworks and Real Things" (1973). Lo artístico, aquí, no es material, y por lo tanto los materiales no son específicamente artísticos, sino que son comunes a los de las "cosas reales".

Del reino de los juguetes viene la obra más contundente de toda la muestra: Fauna 13, de la rosarina Alejandra Tavolini. Unos osos de peluche negros, materialmente muy austeros pero que despiertan ternura, se desparraman por el piso como masacrados, o simplemente abandonados a su suerte. Esos bebés desvalidos provocan una fuerte empatía: es imposible no proyectar en ellos un sentimiento de orfandad humano. El resultado es una genuina experiencia estética. La obra derriba las barreras entre el yo y el mundo, haciendo que una parte del mundo (la obra) sea un espejo donde el espectador pueda reflejar su yo para trascenderlo. Esta fusión es similar a la del animismo infantil; pero, lejos de ser meramente regresiva, es liberadora en tanto la artista provee su propia subjetividad, mediada por la figura trágica de los oseznos guachos, objeto de compasión y disparador de la catarsis o purificación por el terror. Es la obra más clásica y lograda.

Y sin tanto impacto emotivo, son de gran calidad formal las sombras claras recortadas en metal por Fabiana Imola (otra local), que ceden su protagonismo a la sombra misma, heredando el industrialismo minimalista para incorporarle un juego sutil con el azar. Se destacan además dos marplatenses: Daniel Joglar, si bien no presenta uno de sus mejores trabajos, es un joven maestro de la descontextualización de objetos; y un pobre montaje desmerece las por lo demás conmovedoras fotografías en blanco y negro de Pepe Fernández Balado, unas "últimas imágenes" muy fechadas en el año del desastre (2001 a 2002) pero que remiten al cine postapocalíptico al desnudar texturas de un mundo de donde la humanidad ha huido, dejando vanos restos de su presencia.

Los restantes autores de la muestra presentan obras con menos densidad estética o política, cuya originalidad y especificidad artística se hallan en un borde confuso.

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